Caminas con tu Compañera de Vida sin un rumbo concreto, por el mero placer de hacerlo, junto a un mar que muestra una serenidad infinita. Encuentras un lugar llamativo, especial, muy diferente, y te detienes para saber «qué es».

Las personas de dentro se acercan a la puerta, y, cuando ven que te marchas, te invitan a pasar …

Hasta aquí, un preámbulo que quizás podría ser el arranque de un pequeño guión para una pequeña historia. Nada más lejos de la realidad.

Mi Compañera y yo llevábamos unos días de «retiro», compartiendo, sintiendo, conversando; sobre eso que se suele denominar «lo divino y lo humano». Sintiéndonos muy especiales, saboreando cada momento, alejados del ritmo de Madrid. Y es justo ahí cuando un grupo de personas salidas de ningún sitio nos proponen compartir.

Un arroz, cocinado con un cariño extraordinario; unas piezas de vidrio moldeado y coloreado, con más aún de ese cariño; y, sobre todo, una generosidad, una hospitalidad y una humanidad que nos dejaron sobrecogidos.

Unos «desconocidos», sin el más mínimo interés en «conseguir» nada de nosotros, nos acogen en su espacio, sin más. Y sin menos. Una experiencia que los dos mantendremos en nuestras memorias …

Gracias, Javi (1), Javi (2), Mariano, Hilario, Juanito, Miguel. Siempre creímos en los ángeles. No imaginábamos que pudieran ser como vosotros.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *